¿Qué es la literatura africana? Pregunta fácil de respuesta imposible. O, al menos, no unánime. Cualquier intento de definir una realidad compleja, como lo es la literatura africana, nos lleva a etiquetar y establecer unos límites que nos permiten adentrarnos en un espacio nuevo, situarnos y empezar a descubrir, pero que acotan y restringen. En ocasiones los límites son geográficos e iniciativas como Africa39 agrupan a escritores únicamente de África Subsahariana y de la diáspora de estos países. Otras veces, los escritores africanos que viven en el continente muestran su cansancio frente a lo que consideran «literatura africana inmigrante», la escrita por autores africanos que no frecuentan sus países de origen y que escriben desde y sobre Estados Unidos, Francia o Inglaterra, pero no sobre la realidad africana. Siyanda Mohutsiwa firmó en Okayafrica «I’m done with African immigrant literature» y, en su intento de recuperar la literatura africana para los africanos, caía en la paradoja de excluir, acotar y decirle a los autores sobre qué temas deberían o no escribir. La respuesta a la polémica servida en bandeja no se hizo esperar y Shadreck Chikoti dio la réplica en Africa in Words con «I am not done with African immigrant literature»: el deber de un escritor es escribir, no ser el guardián de su cultura.
La lengua también ha sido, y sigue siendo, un elemento con el que se intenta definir qué es y qué no es literatura africana. ¿Cuál es la literatura africana «de verdad»? ¿La escrita por africanos en lenguas europeas? ¿La escrita en lenguas africanas? Un dilema con dos posiciones encontradas desde los años 60 y representantes como Chinua Achebe y Léopold Sédar Senghor, por un lado, y Ngũgĩ wa Thiong’o, por otro. Achebe reclamaba la apropiación del lenguaje del colonizador para la creación literaria, la «africanización» de las lenguas europeas. Senghor soñaba con la conciliación de la francofonía y la negritud. En 1997, el keniano Thiong’o publicó Petals of blood en inglés y luego se despidió, casi para siempre, de esta lengua. Su análisis sobre las consecuencias de suprimir sistemáticamente las lenguas y literaturas kenianas para imponer el inglés durante la época colonial se recoge en una obra fundamental: Descolonizar la mente. Incluso la elección del término para hablar de literatura africana resulta compleja. De hecho, Thiong’o considera que la producción literaria africana en época imperialista fue un híbrido que no puede considerarse literatura africana, sino literatura afroeuropea, escrita por africanos en lenguas europeas, que ha usurpado incluso el nombre a la literatura africana.
El debate sobre la lengua de producción sigue vivo y se consolidan proyectos que permiten la difusión de la literatura africana escrita en lenguas africanas. El colectivo Jalada publicó en 2016 el relato más africano: Revolución vertical: o por qué los humanos caminan de pie, escrito por Thiong’o en kikuyu, traducido al inglés por el autor y, después, a treinta y dos lenguas africanas. El enorme éxito de la propuesta de Jalada, cuya adaptación al teatro ganó el Sanaa Theatre Awards for Best Play in Local Language, es una buena muestra de la vitalidad y necesidad de publicar en lenguas africanas como reivindicación cultural y social.
Desde África Occidental, el escritor senegalés Boubacar Boris Diop es un actor clave en la difusión de la literatura africana en lengua wolof. Dirige Céytu, un sello creado por Éditions Zulma y Mémoire d’Encrier para publicar en wolof las obras imprescindibles de autores africanos escritas en lengua francesa. Hasta la fecha han publicado Nawetu deret (Une saison au Congo), de Aimé Césaire, Baay sama, doomu Afrig (L’Africain), de Le Clézio y Bataaxal bu gudde nii (Une si longue lettre), de Mariama Bâ.
El wolof también está llegando a la literatura infantil y juvenil. En 2012, la asociación humanitaria ATS-Belgique celebró su décimo aniversario con la traducción de El secreto del unicornio, el famoso cómic de Tintín. La edición cuenta con prefacio de Abou Diouf, presidente de Senegal de 1981 a 2000 y actual secretario general de la Organización Internacional de la Francofonía (OIF), institución que apoya la promoción de la diversidad lingüística en los países en los que el francés cohabita con lenguas africanas.
Publicar, sí. ¿Leer?
El mundo de la edición se está moviendo para publicar en lenguas africanas, pero ¿sucede lo mismo con la alfabetización y el fomento de la lectura en estas lenguas? Tomemos como ejemplo el caso de la lengua wolof en Senegal y la asunción —¿imposición? ¿autoimposición?— de la lengua europea colonial.
La lengua oficial de Senegal es el francés. Así lo establece la Constitución de 2001, que también hace referencia a las lenguas nacionales del país: el diola, el malinké, el pular, el serere, el soninké, el wolof y «cualquier otra lengua nacional que se codifique». El estatus de lengua oficial convierte el francés en la lengua utilizada por el Estado en su relación con los ciudadanos como administrados en ámbitos esenciales como la enseñanza y la justicia. Sin embargo, según el censo del año 2013 de la Agencia Nacional de Estadística y Demografía del Ministerio de Economía senegalés, solo el 37 % de la población lo habla. Este porcentaje es optimista, otras fuentes hablan de 15-20 % de hombres y 1-2 % de mujeres. En el término medio encontramos los datos de la OIF con una estimación, en 2007, cercana al 21 % de senegaleses «francófonos parciales». Sea cual sea la cifra, el resultado es que la mayoría de la población no puede comunicarse en la lengua oficial de su país; es decir, no puede ejercer plenamente sus derechos ciudadanos.
De entre las lenguas nacionales, el wolof es la que más se habla en Senegal. Aquí también, las cifras varían según la fuente: algunas la consideran lingua franca en todo el país (80-95 % de la población la hablaría), otras sitúan la cifra en torno al 45 % de la población. En cualquier caso, el wolof es la lengua más comprendida, sobre todo en medio urbano, e incluso lengua de comunicación entre las distintas etnias debido a la creciente movilidad de la población.
Sin embargo, la alfabetización en lenguas nacionales está lejos de ser la realidad prometida por Senghor en 1974, cuando presentaba la reforma de la enseñanza y preveía que los alumnos de primaria podrían aprender su lengua materna y francés en la escuela. Desde entonces, los avances han sido escasos. En 2009, la Asociación para la Investigación y la Educación para el Desarrollo puso en marcha un programa para introducir la enseñanza en wolof y en pular en las escuelas, en horas libres. En el curso 2012-2013 se introdujeron las lenguas nacionales en horarios y programas oficiales de nueve circunscripciones escolares, pero la incidencia es todavía escasa. En la región de Saint Louis, Alianza por la Solidaridad también ha comenzado un plan de alfabetización en wolof para adultos en un intento de reducir el 59 % de analfabetismo en la región (72 % en el caso de las mujeres).
Con una lengua oficial incomprensible para la mayoría de la población y sin alfabetización formal en lenguas nacionales, ¿cómo pueden tener acceso los ciudadanos a la lectura?, ¿cómo pueden leer a sus autores y reapropiarse sus culturas?
El escritor Boubacar Boris Diop y el director de cine Joseph Gaï Ramaka persiguen juntos el sueño de la difusión cultural wolof. En 2003, Diop publicó su primera novela en esta lengua, Doomi Golo, que se ha transformado en un audio-ebook gracias al proyecto de sonorización y digitalización de Ramaka. El escritor realizó una lectura interpretada de su obra en los estudios de sonido del director de cine, que después sincronizó con el texto. Esta técnica de acoplamiento del audio y del texto en formato digital puede contribuir a la alfabetización de los lectores: mientras se escucha el relato, desfila el texto, que va cambiando de color conforme avanza el audio, y permite asociar escucha y lectura. Una solución que el director calificaba hace unos meses, en su casa en la isla de Gorée, como «desarrollo en diagonal»: aprovechar las nuevas tecnologías para conseguir la alfabetización en wolof, saltándose el libro en papel —y los problemas de distribución, talón de Aquiles en muchos países africanos— y tomando el «atajo» hacia el mundo digital.
Esta forma de alfabetización podría ser adecuada para las personas que ya tienen competencias lectoras en otras lenguas: enseñar a leer y escribir en wolof a universitarios e intelectuales que hablan y entienden la lengua, pero que no la han estudiado formalmente. Sin embargo, no parece la herramienta apropiada para que las historias de los autores senegaleses lleguen a una mayoría de población con escasos recursos económicos y que jamás ha ido a la escuela. En estos casos, la radio es cómplice perfecto. El proyecto de Diop y Ramaka también ha llegado a las radios locales: durante varias semanas se retransmitió una hora del audio de Doomi Golo, seguida por una hora de debate, y el director de cine afirma que la participación fue alta y la acogida entusiasta. Queda pendiente un trabajo de sistematización y análisis de la penetración en los barrios, siempre difícil cuando los presupuestos son ajustados.
En Gorée se ha llevado a cabo otra experiencia de alfabetización en wolof a través de la lectura de Bataaxal bu gudde nii (Une si longue lettre), de Mariama Bâ. La isla acoge una escuela de excelencia, precisamente la Maison d’Éducation Mariama Bâ, en la que estudian las mejores alumnas del país. Se llegó al acuerdo de utilizar las tres horas libres semanales para iniciar la alfabetización en wolof de las alumnas de 4ème (4º de la ESO en España), que en el curso siguiente leyeron la novela en wolof y, en el siguiente, en francés. Las profesoras de literatura observaron una mejor comprensión del texto en las alumnas que habían podido formarse y leer la obra en wolof. Nos encontraríamos frente a una interpretación profunda asociada a la lectura en lengua materna que permite la apropiación de las sutilezas e ilustraría la teoría de Thiong’o de la necesaria harmonía entre cultura (lo que vivimos) y lengua (cómo expresamos lo que vivimos) en edades tempranas.
¿Quiénes son los lectores de literatura en lengua africana?
Si las publicaciones en lenguas africanas se multiplican, pero las competencias lectoras en estas lenguas son todavía escasas, ¿para quién publicamos?
En el caso senegalés, Boubacar Boris Diop lo tiene claro: ha llegado el momento de la alfabetización de los intelectuales senegaleses francófonos. Los clásicos de la literatura publicados en Céytu y los audio-ebooks permiten avanzar en esta línea. Los audios, además, permiten acercar las letras senegalesas a personas sin formación reglada y construir, poco a poco, una conciencia sobre el valor de la cultura propia.
Joseph Gaï Ramaka ve también una oportunidad en la diáspora senegalesa, formada y con recursos. El acceso a literaturas en lenguas africanas ayudaría a los afrodescencientes redescubrir sus raíces y revalorizar las culturas propias. Además, permitiría al profesorado y alumnado de los departamentos de wolof de las universidades contar con material ajustado a las enseñanzas que se imparten, por ejemplo, en más de veinte centros norteamericanos (Boston y Columbia, entre ellos) y en los departamentos de universidades suizas, francesas, alemanas y holandesas.
Más allá, la dimensión política de mantener la lengua de la antigua colonia como lengua oficial en muchos países africanos no es banal. Ya lo observó Diop a finales de los 90 en el marco del proyecto de recuperación de la memoria mediante la escritura en Ruanda (Écrire par devoir de mémoire): «Tomé conciencia de la dimensión lingüística del apoyo de Francia a los organizadores del genocidio. Se trataba de defender el bastión francófono del ataque de los rebeldes que venían de una Uganda anglófona». La francofonía no es un mero espacio lingüístico, sino otro instrumento de la «Françafrique», y el impulso de las lenguas nacionales puede contribuir a la reapropiación de la vida política en muchos países africanos. Así, la literatura africana escrita en lenguas africanas, publicada en lenguas africanas, leída en lenguas africanas y traducida desde lenguas africanas podría ser una herramienta para el cambio social.