Ayer, la revista afribuku publicó un excelente artículo de Alejandro de los Santos sobre los peligros del exceso de la mirada positiva de África. Una reflexión que, a simple vista, podría poner en tela de juicio el trabajo de muchos profesionales que se encargan de ofrecer otra imagen de África, lejos de los estereotipos de pobreza y guerra, pero que va mucho más allá y nos invita a mirar de forma crítica nuestro trabajo.
En ocasiones, afropesimismo y afrooptimismo/afropositivismo se enfrentan sin dar solución crítica o mesurada. No todo lo que procede de la sociedad africana es horror, de la misma manera que no todo lo que emana de la cultura africana es «creativo, floreciente y diverso», en palabras de Alejandro de los Santos. Ni todos los niños viven rodeados de moscas, ni todos los niños tienen una eterna sonrisa en los labios. La historia única, positiva o negativa, es reduccionista.
Quienes nos seguís en redes sociales habréis observado que no fomentamos la imagen, todavía muy difundida, del horror africano. Incluso cuando los acontecimientos han sido terribles, como el secuestro de las niñas de Nigeria por Boko Haram que dio lugar al famoso hashtag #bringbackourgirls, hemos intentado no cruzar esa línea. No porque no nos parezca un horror, sino porque ya hay muchos medios que se encargan de hablar de ello. Incluso cuando los medios se hicieron escaso eco (en comparación con otras tragedias occidentales recientes) de la matanza de Garissa nos mantuvimos un poco al margen en términos de comunicación. La difusión del horror (y la asociación con el miedo a lo diferente que hacen algunos medios) ya tiene muchos portavoces.
Nuestro estreno editorial vino de la mano de Venance Konan y unos relatos cargados de humor, muy negro en ocasiones, porque son textos que rompen el estereotipo de lo que se supone que tiene que escribir un autor africano. Y porque son divertidos. Y porque permiten, a través el humor, adentrarse en temas fundamentales: el racismo, la emigración, la mirada occidental sobre África frente a la mirada africana sobre Occidente. Es decir, pequeños relatos que son, en realidad, literatura universal, no literatura «meramente» africana.
En diciembre de 2014 publicamos El camino de la salvación, de Aminata Maïga Ka, un relato de corte más clásico sobre la realidad de la mujer africana, duro, pesimista, triste. Un jarro de agua fría tras Konan.
Cada elección editorial busca ese equilibrio tan complejo entre el afropesimismo y el afrooptimismo. Mediante algo tan contradictorio como utilizar la etiqueta «literatura africana» buscamos, en realidad, la afronormalidad. Etiquetas que encasillan y atrapan, pero que, a la vez, ponen sobre la mesa unas letras demasiado desconocidas para muchos lectores de habla hispana. Etiquetas utilizadas como herramientas de discriminación positiva para conseguir la igualdad, la afronormalidad.
Cada mensaje en redes sociales busca ese equilibrio tan frágil que consiste en difundir otra imagen de África sin que sea necesariamente positiva pero sin cargar las tintas sobre lo negativo. Un equilibrio fácil de romper en momentos de rabia e impotencia frente a las muertes del Mediterráneo, por ejemplo, y que puede echar al traste el esfuerzo de muchos meses de trabajo.
La historia única, afropositiva o afronegativa, es parcial. Contar los horrores es necesario, si no viviríamos de espaldas a un continente (aunque África no tiene la reserva del horror). Contar que hay mucha más vida normal y corriente lejos del horror es, quizá, aún más necesario. El equilibrio entre ambos, la crítica, la autocrítica y el aprendizaje son el camino a seguir hacia la afronormalidad.