El AfricaMuseum de Tervuren abarca más de 120 años de historia de Bélgica. Museo colonial desde 1898 hasta la independencia de la República Democrática del Congo en 1960, se reconvirtió entonces en museo de África Central y buscó una reorientación acorde a los tiempos. Pese a ello, la exposición mantuvo un regusto colonial hasta bien entrado el siglo XXI. La última renovación pretendía mostrar una visión contemporánea y descolonizada de África tras un ejercicio de museología inclusiva con la participación de la diáspora. Tras la reapertura en 2018, los responsables del museo consideran que la renovación material y mental se ha llevado a cabo. Sin embargo, según los representantes de la diáspora, la descolonización del museo no ha finalizado. ¿Ha sido capaz Bélgica de abordar su pasado de manera crítica? ¿O por el contrario estamos ante un ejercicio fallido de museología participativa?
En la primera entrega, repasamos brevemente la historia colonial de Bélgica a través de la historia del museo. En la segunda, recordamos el museo antes de la renovación y tratamos el papel de la diáspora en la reorganización.
En esta tercera y última entrega, damos un paseo por el museo tras la reapertura en 2018 y buscamos (desesperadamente) el cambio de perspectiva.
Tras la renovación: el AfricaMuseum
El acceso al museo se realiza ahora a través del nuevo pabellón de recepción, que alberga las taquillas, una tienda, un restaurante, una zona de picnic para niños y vestuarios. Desde la planta -2 de este nuevo edificio se atraviesa una galería subterránea, de un blanco inmaculado, que alberga una pieza colosal de la colección: una piragua de 22,5 metros de largo y 3500 kg, en la que navegó Leopoldo III en 1957. Según los archivos del museo, «los habitantes de Ubundu habían fabricado la piragua por iniciativa propia [sic] para regalársela al antiguo rey».
En la pared de este largo pasillo puede leerse «Todo pasa, excepto el pasado». No es un proverbio africano, sino el título de un libro sobre el Apartheid sudafricano del especialista belga en ciencias sociales Luc Huyse. ¿Por qué esta elección si se trata de la renovación del museo de África Central y, por ende, de revisitar la relación de Bélgica con el Congo?
Al final del pasillo, las escaleras dan acceso a la planta -1 del palacio inaugurado en 1910 y renovado según los planos originales de finales del siglo XIX. La planta -1 del edificio del palacio alberga una exposición introductoria que aborda de forma demasiado breve la historia del museo: de herramienta de propaganda de Leopoldo II a museo actual con proyectos internacionales en 18 escuetas líneas de cartela. También se explican los criterios actuales para la adquisición de fondos, la regla del cinco: ¿el objeto tiene interés para la investigación científica?, ¿completa una colección o exposición?, ¿tiene un valor excepcional?, ¿está bien documentado?, ¿ilustra aspectos del África de hoy en día? Pero ¿antes? La introducción no ofrece esta respuesta, pero sí explicaciones sobre proyectos de la etapa colonial como el de Gustaaf Hulstaert, cura y lingüista que estudió la lengua lomongo en la antigua colonia de Ecuador, fijó su gramática y «contribuyó a la creación [sic] de culturas que, hasta ese momento, no existían de forma delimitada».
Esta planta también acoge un peculiar depósito de esculturas que el museo ha denominado «Fuera de juego». Tras una barandilla, las estatuas que alimentaron el imaginario del continente salvaje comparten ahora este espacio restringido. Ya no campan a sus anchas por el museo, sino que se exponen asépticamente tras una pequeña barrera. El hombre leopardo no puede faltar. ¿Cómo explica el museo esta sala? En dos párrafos: «[…] El museo jugó un papel importante en la percepción que el público tenía de África y los africanos, y en la glorificación de la colonia y sus fundadores. Todavía hoy, algunos aspectos de esa percepción permanecen vivos. Las imágenes […] antes eran parte de la exposición permanente, pero hoy ya no tienen cabida aquí».
Curiosamente, en este espacio también se expone el original de Réorganisation, de Chéri Samba. ¿Significa que se da por finalizada la reorganización y no cabe hacerse más preguntas?
La sala de lenguas y músicas es interesante y, con diferencia, la que más voz da a los congoleños y la diáspora. Unos modernísimos auriculares permiten disfrutar de la música de Papa Wemba, jugar a reconocer las variaciones de las lenguas tonales o percibir el sonido de un tambor de madera ranurada. Los paneles interactivos también permiten escuchar los testimonios de escritores y su visión sobre la tradición oral, las literaturas africanas y la literatura escrita en lenguas europeas. Los cómics y fanzines escritos en lenguas nacionales muestran la importancia de este género en la década de los 60. En varios ejemplares de Jeunes pour jeunes, el magacín de éxito desde 1968, se pueden leer las aventuras de Apolosa y Sinatra escritas en lingala salpicado de francés y de palabras del argot de Kinsasa.
En la sala también se exponen varias telas africanas que cuentan, literalmente, la historia del Congo. En las regiones en las que se habla suajili, por ejemplo, las mujeres expresan sus opiniones personales o políticas a través del jina (proverbio) inscrito en su kanga (vestido de algodón).
Incluso la cerveza tiene su espacio en esta sala de lenguas y músicas. De hecho, podría explicarse como forma de lenguaje político en los años previos a la independencia. Beber Polar era posicionarse en favor de Patrice Lumumba, que trabajó un tiempo para la fábrica de cerveza Bracongo, propietaria de la marca. Sin embargo, beber Primus denotaba el apoyo a Joseph Kasavubu. Pero aquí se exponen los botellines sin contexto alguno en lo que es, quizá, una oportunidad perdida para presentar dos figuras clave de la historia reciente del Congo a través de un objeto popular.
La sala Arte sin igual es la viva imagen del expolio de los objetos artísticos, culturales y simbólicos en época colonial. La colección de máscaras y objetos rituales es magnífica, pero ningún panel aborda cómo se adquirieron las piezas ni las razones por las que se siguen exponiendo aquí y no en el Congo. La cuestión de la restitución de los bienes culturales lleva años debatiéndose en muchos países; incluso Emmanuel Macron osó romper el tabú en 2017 cuando declaró en Burkina Faso que no era admisible que una gran parte del patrimonio cultural de varios países africanos estuviese en Francia. El compromiso público que adquirió el presidente francés ya ha dado como fruto el informe Sarr-Savoy sobre la restitución del patrimonio cultural africano. Sin embargo, en Bélgica se dan pocos avances —quizá por el rechazo a cuestionar la historia colonial belga— y queda patente en esta sala.
Minerales, cocodrilos, elefantes, jirafas… Varias salas mantienen el aspecto de museo de historia natural previo a la renovación, aunque con un enfoque más didáctico que permite a los niños, por ejemplo, tocar la piel de un elefante o de un rinoceronte.
La sala Paradoja de los recursos es enorme y tan fría como la descripción: «El sistema económico mundial está articulado sobre las riquezas naturales. Estas riquezas no faltan en África Central, sobre todo en el Congo. La región sigue siendo atractiva desde el punto de vista económico pese a la inestabilidad política debida a las relaciones de fuerza en un mundo globalizado. […] La riqueza en materias primas no impide que África central sea pobre: es la paradoja de la abundancia. Una buena gestión basada en la sostenibilidad beneficiaría sin duda a la región […]». ¿Se aborda el expolio del marfil, caucho y minerales llevado a cabo por Bélgica, aunque sea de refilón? No. ¿Se responsabiliza a los gobiernos de la región de la mala gestión medioambiental? Eso parece. Como si Occidente no fuera un actor determinante.
Sin mucho orden ni concierto, se mezclan en esta sala cruces de Katanga, muestras de madera de los bosques de África Central, gafas de realidad virtual para pasearse por Kinsasa y cuadros de artistas contemporáneos. Grandes vitrinas sin cartelas que expliquen, por ejemplo, la fundación en 1906 de la Unión minera del Alto Katanga o la importancia, pasada y presente, del mineral de cobre: moneda en la región desde el siglo XIII en forma de cruz de Katanga, símbolo de explotación colonial después, muestra de la peor cara de la globalización tecnológica hoy.
«Hoy en día los historiadores comparten fundamentalmente la misma visión de reconstrucción e interpretación del pasado colonial, pero en el debate público este período sigue siendo muy controvertido. Las colecciones […] fueron compuestas por europeos, por lo que sigue siendo difícil contar la historia colonial desde una perspectiva africana». Esta es la introducción que brinda el museo a la sala de Historia colonial e independencia. ¿Esta es la crítica académica tras la renovación?
La sala es amplia y la información, más detallada que en salas anteriores, se completa con bastantes vídeos: desde minireportajes sobre las bondades de la vida en la colonia cuyas imágenes nos muestran a los colonos disfrutar de las piscinas de los clubes privados, hasta el conocido pero igualmente hipnótico discurso que Patrice Lumumba pronunció el 30 de junio de 1960, día de la independencia, ante el rey Balduino.
En la sala también se expone un tratado de 1896 mediante el que un jefe local cedía la propiedad de todas las tierras al Estado Independiente del Congo. La lectura es fascinante y aterradora a partes iguales: un documento de una página que alude a «medidas de interés común» entre las partes y «deliberaciones maduras», y que supuso la cesión de todos los derechos soberanos asociados a las tierras cedidas a cambio de un precio de venta… que no se detalla, pero que el jefe local declara haber recibido.
Los botines de guerra también tienen cabida en este espacio. En una vitrina se exponen dos estatuas tabwa que el lugarteniente Émile Storms robó durante una expedición violenta en 1884… y que el militar conservó en su casa bruselense hasta 1930. De nuevo, la reflexión sobre la apropiación y la restitución es inevitable. ¿Debe el museo exponer unas estatuas cuyo origen robado conoce? ¿Se ha planteado la restitución?
Ojalá los nuevos cajones-vitrinas de esta sala que todavía están vacíos puedan completarse con documentos que analicen el período de forma más crítica, pese a la «dificultad» que manifiesta el museo de contar la historia colonial desde una perspectiva africana.
¿Descolonizando el museo o reorganizando la escenografía?
Al finalizar la visita, es fácil compartir las opiniones de Billy Kalenji, representante de la diáspora durante el ejercicio de renovación participativa, y del artista congoleño Toma Muteba 27Luntumbue: la reorganización de la escenografía ha ganado la batalla a la descolonización del museo y no supone ningún cambio en la perspectiva.
La redacción de muchas cartelas pretende abordar el pasado sin tabúes, pero el resultado queda a medio camino entre la ingenuidad y una equidistancia que no debería tener cabida en el museo del siglo XXI. En ocasiones, como en la sala de Historia colonial e independencia, el museo parece haber renunciado a la búsqueda de la perspectiva africana.
Se ha invertido mucho dinero, pero se ha destinado, sobre todo, a la forma. En los jardines del recinto, entre el nuevo pabellón de acceso y el palacio histórico, es fácil acordarse del Palacio de Justicia de Bruselas, esa mole ecléctica construida bajo el reinado de Leopoldo II (sí, también) que sigue siendo hoy uno de los edificios más grandes del planeta. La comparación es odiosa, pero el regusto del poder de unos sobre la narrativa de otros es inevitable. Con aquel palacio, instalado en la zona alta de Bruselas, el rey buscaba demostrar el poder de su justicia sobre los barrios humildes, como Les Marolles. Hoy, en los nuevos edificios del AfricaMuseum sobra espacio, pero no se ha utilizado para incorporar una visión africana.
Al fondo se ve una escultura: hombres, mujeres y niños apoyados contra la pared, piernas y brazos extendidos, en posición de estar detenidos. El congoleño Freddy Tsimba diseñó en 2016 la instalación Centres fermés, rêves ouverts con materiales recuperados de las obras de la renovación. Con estos personajes anónimos, el artista rinde homenaje a los millones de hombres y mujeres cacheados e interrogados y a los refugiados que Europa devuelve a sus países de origen.
Ante esta reflexión sobre la violencia pasada y presente termina la visita al museo. Con la sensación de estar ante una de las pocas piezas que pone en tela de juicio el papel de Occidente en África y su relación con los africanos.
Este artículo se publicó originalmente en Wiriko el 24 de octubre de 2019.14