El «griot»

Autora invitada: Alejandra Guarinos Viñals (*)

La oralidad fue una característica esencial de la cultura africana durante siglos. Intrínsecamente ligada a esta singularidad existió en África Occidental una casta cuyos miembros tenían como misión ser los depositarios del bagaje cultural de sus pueblos y transmitir de generación en generación su sabiduría e historia. Gracias a los griots han llegado hasta nuestros días las grandes hazañas de las dinastías africanas, las gestas de sus pueblos y sus tradiciones ancestrales.

Durante el siglo XIII, el imperio mandinga se extendía por buena parte de lo que hoy es África Occidental (desde Senegal hasta el Chad). Sundiata Keïta, su emperador, decidió organizar tan vasto imperio dividiéndolo en castas; fue entonces cuando surgieron los griots. Y ahí radica una de sus particularidades: el griot nace, no se hace, el oficio es hereditario, pasa de padres a hijos e hijas. La educación recaía en los progenitores, quienes enseñaban a sus descendientes a memorizar hazañas históricas, personajes importantes, parábolas, canciones y poesía. Solo los niños aprendían a tocar instrumentos musicales, a ellas no se les permitía. Al principio, el griot ejercía de consejero del soberano, era su mano derecha y el único que podía criticar las decisiones o el comportamiento del rey. Cada familia griot estaba unida a una familia de reyes-guerreros que los mantenían y requerían sus servicios en bodas, bautizos y entierros, celebraciones que los griots acompañaban de cantos, música y elogios hacia sus patronos y allegados.

Más tarde, los griots se fueron desvinculando del poder para ejercer su oficio cerca del pueblo. Viajaban por aldeas, regiones lejanas e incluso otros países, divulgando sus conocimientos. Pasaron a ser historiadores, genealogistas, biógrafos, contadores de gestas, músicos y poetas. Eran considerados los maestros de la palabra, los artífices de mantener y transmitir el patrimonio cultural. Poco a poco se fueron introduciendo en la vida comunitaria y su presencia terminó siendo imprescindible en cualquier evento social. Acudían a plazas y mercados los días de fiesta para entretener a la gente, ejercían de mediadores entre familias en las bodas o en los conflictos, amenizaban con su música y cánticos las celebraciones, entretenían a los niños con sus relatos, participaban en las sesiones de palabre… Los griots se granjearon el respeto de la gente por su memoria excepcional, su sabiduría acumulada y su talento. Pero el gremio también cosechó sus críticas: sus honorarios pasaron a ser inasumibles para muchos y se ganaron la fama de codiciosos. Un reproche que queda patente en el relato de Venance Konan El millonario, de próxima publicación. Hoy en día los griots siguen ejerciendo, pero han tenido que adaptarse a los tiempos. La llegada de la televisión, la radio e internet ha mermado su protagonismo, pero algunos han sabido reinventarse convirtiéndose en presentadores, artistas musicales o raperos y, a su manera, siguen ejerciendo de «portadores de la palabra» y transmisores de su cultura.

En África Occidental, los griots han sido durante siglos los portadores de la memoria colectiva de sus pueblos y han jugado un papel clave en su comunidad. Hoy siguen presentes en países como Malí, Ghana, Costa de Marfil o Senegal, aunque su relevancia en la sociedad actual no sea la misma que antaño. A pesar de todo, continúan ejerciendo su labor de transmisores de cultura. Y un buen ejemplo de ello es el conocido cantante senegalés Youssou N’Dour, griot por parte de madre. Tiene mérito que hayan sobrevivido hasta hoy, cualquiera diría que lo llevan en la sangre.

 

(*) Alejandra Guarinos Viñals es la traductora al español de la obra de Venance Konan. En estos momentos trabaja en la novela de Fatou Keïta Et l’aube se leva. Con esta colaboración continuamos la serie «Traduciendo África(s)» que, en tono desenfadado, nos permitirá acercanos a las culturas africanas tomando como base sus traducciones publicadas en 2709 books y noticias de actualidad.

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