Catapila, jefe del pueblo

Publicado en Un lector indiscreto el 07.10.2020. Autor: Francisco Portela.

Un escritor que pasa a ocupar un lugar privilegiado en mi estantería virtual es el marfileño Venance Konan, a quien descubrí gracias a la editorial 2709 books, que tiene un catálogo muy atractivo de escritores africanos, y que estoy seguro que son desconocidos por la mayoría de los lectores. Quienes se interesen por la narrativa de Venance Konan se encontrarán con unas historias atractivas, escritas de una forma exquisita y fina ironía, con las que el autor no deja indiferente por el trasfondo que encierran. Y es que en sus obras aborda temas que invitan a la reflexión, teniendo un desarrollo que recuerdan al de una fábula, porque a medida que el desenlace está próximo se percibe que la trama encierra una moraleja, una intención didáctica que se deduce de los diferentes episodios que la conforman, avalada por los diferentes puntos de vista que aportan los personajes que constituyen el elenco, porque acuerdan tomar decisiones que sean aceptadas por todos, ya que son conscientes de que son en beneficio de la comunidad.

Venance Konan es el autor de la trilogía político-social marfileña, compuesta por Robert y los Catapila, Los Catapila, esos ingratos> y Catapila, jefe del pueblo. Las tres son verdaderas joyas literarias. Cada una de ellas se lee en una sentada pero, como digo en estos casos, aconsejaría disfrutarlas a fuego lento. En mi modesta opinión, entiendo que de esta forma el lector capta mejor los matices que encierran los episodios que relata la voz narrativa, porque detrás del humor, desenfado, fina ironía y cercanía que utiliza se esconde una carga profunda que es lo que hace que, quienes decidimos disfrutar de su lectura, no dudemos en conferirles la catalogación a la que me refiero al principio de este párrafo. La dedicatoria que hace el autor de Catapila, jefe del pueblo es un claro ejemplo de lo que acabo de comentar: «A todos los hombres que, siempre y en todas partes, están unidos por la gran cadena de la fraternidad. A todos los autóctonos y alóctonos de Costa de Marfil y de fuera, que no son más que las dos caras de una misma moneda».

El cierre de esta trilogía político-social marfileña termina por todo lo alto. Catapila, jefe del pueblo se puede leer de forma independiente a las dos anteriores, porque el narrador ofrece, cuando el episodio de turno se presta a ello, un recordatorio de lo sucedido en los dos títulos que preceden a esta novela corta. En esta ocasión se va a elegir, ni más ni menos, que al jefe del pueblo, porque ya había pasado un año del fallecimiento del anterior y toca organizar la parafernalia electoral que semejante cargo requiere. Nada más leer el título, la primera impresión que tiene el lector es que se va a encontrar con un desenlace previsible, pero con un autor como Venance Konan uno puede esperarse de todo a lo largo del desarrollo de la trama, porque siempre se tropieza con situaciones imprevisibles, con las que sabe cómo atraer su atención pese al desenlace esperado. El autor divide esta novela corta en dos partes, diría que con gran acierto. Y es que no es para menos, porque en la primera de ellas uno asiste a la inaudita situación que provoca el monumental cabreo de Robert porque su madre quiere convertirse al catolicismo y celebrar su bautismo por todo lo alto, lo que da lugar a una serie de episodios rocambolescos y diría que hilarantes que se viven en torno a tan singular evento. Pero es que después toca estar muy pendiente de todo el proceso electoral que se organiza para la elección del jefe del pueblo, y alguna que otra sorpresa que mantendrá en vilo al lector hasta el desenlace, todo ello entre la espiral de episodios que se suceden, porque uno se espera cualquier cosa ante los cruces dialécticos que tienen lugar entre los dos candidatos a ocupar el cargo, secundados por sus incondicionales seguidores.

Venance Konan sigue en esta novela corta con la que cierra la trilogía político-social marfileña la misma línea didáctica que en las dos anteriores. Tras la información que ofrece la voz narrativa se esconde una gran carga social, así como a través de los diálogos que entablan los personajes, en ocasiones subidos de tono porque ponen toda su pasión ante el período electoral en el que está inmerso el pueblo, así como los que mantienen Robert y Nicéphore en relación con el bautismo de su madre, diálogos que no tienen desperdicio, ante el convencimiento, y sobre todo vehemencia, con la que el protagonista expone sus ideas sobre la religión en su conjunto. En esta novela corta que cierra la trilogía, el costumbrismo vuelve a estar presente porque a través de diferentes escenas que se describen a lo largo del desarrollo de la trama, uno se puede hacer una clara idea de cómo es la vida en un poblado remoto en el que carecen de las necesidades básicas que una y otra vez reclaman a las autoridades cada vez que les interesa presentarse ante unos ciudadanos a los que tienen sumidos en el olvido. Pese a que no hay similitudes entre las costumbres de África Occidental y las europeas, estoy seguro que estas peticiones en campaña electoral le resultarán muy familiares al lector, así como todo lo que sucede durante su desarrollo.

A lo largo de los episodios el escritor marfileño incide en aspectos como la religión, la inmigración, el racismo y la igualdad de derechos entre los nativos de un país y quienes toman la decisión de residir en él tras abandonar su lugar de origen porque no tienen la posibilidad de medrar. Estas temáticas las plantea a través de situaciones muy atractivas, en las que ofrece diálogos interesantes y muy dinámicos, tanto por la naturalidad con la que se mantienen entre los interlocutores, como por el énfasis en el que cada uno de ellos expone sus puntos de vista.  Aborda estos temas  a través de un variopinto elenco de personajes que atraen la atención del lector y, cuando menos, levantan alguna sonrisa en las escenas que intervienen y se prestan a ello, con particular interés sobre la figura de Robert, quien en esta entrega tiene la oportunidad de mostrar ante sus convecinos sus dotes intelectuales.

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