Publicado en Serendipia el 29.11.2018. Autora: Mónica Gutiérrez Artero.
A principios de este siglo, en Costa de Marfil, el poblado de Robert vive tiempos agitados en política. Apenas termina de organizar unas elecciones cuando debe correr a cambiar los resultados de otra, o se le muere el jefe del pueblo, o se le plantan los opositores. Aunque lo peor de todo son los Catapila, esos extranjeros que vinieron para trabajar los bosques, pagar impuestos, prestar dinero, echar una mano a sus vecinos, colaborar en todas las causas locales y vivir en paz, y que ahora se piensan con derecho a continuar haciéndolo. Menos mal que Robert tiene soluciones para todo, incluso para encontrar un ataúd con forma de teléfono móvil o unas camisetas con la cara del líder de la nación de turno.
«Nos entendíamos bien con ellos porque eran quienes nos suministraban las provisiones y recurríamos a ellos a menudo para pedir prestado dinero que luego nunca les devolvíamos. Los teníamos por tontos de remate, trabajaban como animales sin descansar jamás. Cultivaban cacao, café, bananas, arroz, verduras y hacían carbón con los árboles cortados y luego los vendían en la ciudad. Antes de la llegada de los Catapila, nos contentábamos con coger del bosque todo lo que necesitábamos para vivir. Allí todo crecía solo. Como decía Robert, bastaba con mear en cualquier lado para que las berenjenas crecieran o cagar para que un banano brotase en esa caca.»
Me encantan las sátiras de Venance Konan sobre su Costa Marfil natal. El autor es capaz de ofrecer una vívida y brillante crónica social, cultural y política de su país siempre a través del sentido del humor más socarrón y de una fina —no desprovista de cierta ternura— ironía. Si en El entierro de mi tío se centraba en cuestiones culturales y sociales, y en En nombre del partido en facetas más políticas, en esta nueva novela Konan aúna aspectos para ofrecer una visión de conjunto de un poblado marfileño a principios del siglo XXI.
No importa si el lector es ajeno a la historia y a la literatura africanas porque Konan tiene un estilo tan directo y es tan didáctico y claro que llega con facilidad pese a nuestra formación eurocentrista. A menudo resulta divertido y absorbente, como cuando explica que los mayores piensan que la colonización eran tiempos mejores pues al menos sabían bien quiénes eran los que mandaban, o cuando analiza los nombres inspirados en culebrones norteamericanos con que se bautizó a toda una generación de jóvenes africanos. El humor del autor invita a reflexionar y analiza con precisión una época políticamente convulsa de democracias jóvenes y sociedades que asimilan con naturalidad los dioses de los colonizadores con sus ancestrales raíces culturales.
Esta vez, Konan trata un elemento nuevo: los emigrantes, los extranjeros. Pero de nuevo lo hace a través de la sátira y sus inteligentes observaciones. No importa quien esté en el poder, siempre son las mismas promesas (asfaltar la carretera, llevar la electricidad al pueblo, camisetas, dinero, agua corriente…), hasta que algo cambia en el discurso: echemos a los que son distintos. No importa que comprasen los bosques que trabajan, no importa que todavía estén pagando las rentas, no importa que nadie los trabajase antes que ellos, ni el respeto y la buena convivencia que los caracteriza. Cuando las cosas van mal, la culpa es del otro, del que llegó el último, del Catapila.
Lector, por la educación europea de Venance Konan y su perspicaz mirada, sus libros son verdaderos puentes entre culturas, perfectos para asomarse a la literatura africana.