Publicado en Wiriko el 28.03.2018. Autor: Carlos Bajo Erro.
De nuevo, El libro de los secretos. Doomi Golo es un ejercicio de valentía. Lo fue cuando el senegalés Boubacar Boris Diop lo escribió. Su primera novela escrita originalmente en wolof, en un acto de reivindicación política y cultural que marcaría su trayectoria literaria. Y lo ha sido también cuando la editorial 2709 books lo ha reeditado en septiembre del año pasado. La novela ya se había publicado en castellano, pero 2709 books ha hecho, como acostumbra, un nuevo giro en la edición. La propuesta de esta modesta editorial que ha optado por la edición digital es un libro bilingüe. La oferta de 2709 books es un mismo libro en el que se incluye el texto reescrito en wolof por Boubacar Boris Diop, después de una primera versión, y la traducción en castellano de Wenceslao-Carlos Lozano, a partir de una versión francesa autotraducida por el propio Boris Diop.
El ejercicio del escritor senegalés en Doomi Golo resulta cuando menos sorprendente. Boubacar Boris Diop ha confesado en varias ocasiones que se había pasado al wolof en su producción literaria porque solo así podía expresar algunas de las sensaciones y algunos de los mundos que quería contar, tenía sensación de que muchas palabras perdían una parte importante su significado al ser expresadas en el francés en el que comenzó a escribir. Doomi Golo pone al descubierto estas particularidades. El universo que relata la novela se corresponde con una tradición literaria en la que los relatos se despliegan como muñecas rusas, los tiempos se confunden y se entremezclan y el mundo de lo invisible se hace patente con naturalidad, no como parte de un relato fantástico.
Aparentemente el lector se coloca delante de la historia que Nguirane Faye pretende legar a su nieto Badou Tall, que se ha perdido una parte importante de los últimos años de la vida en Niarela, el barrio de Dakar en el que vive la familia. El joven Badou dejó el barrio y marchó al extranjero de manera sorpresiva y sin advertírselo, ni siquiera a su abuelo con el que le unía una relación muy especial. El viejo Nguirane, que ve que se acerca su hora, carga con la pena de no saber del nieto al que adoraba y, al mismo tiempo, con la sospecha de que no volverá a ver al muchacho, por eso pretende dejarle escritos siete cuadernos en los que relata los acontecimientos más importantes de su ausencia, incluido El libro de los secretos en el que el viejo transmite a su nieto las maledicencias de los vecinos que han sido incapaces de entender la ausencia del muchacho.
Sin embargo, la voluntad original del anciano se ve desviada por la propia narración. En el relato se confunden los tiempos. Los, al menos, dos reconocibles se van trenzando y entremezclando hasta el punto de confundirse en algunos puntos, para después deshacer el entuerto con naturalidad. El tiempo en el que habla (o más bien escribe) el anciano, un tiempo reconocible, y que a estos efectos es el mismo que el de los hechos del barrio que narra, se entrecruza con el de las historias míticas que salpican el relato. El entierro del padre de Badou se erige como la referencia recurrente del tiempo más identificable. Assane Tall dejó a su familia, cuando el pequeño Badou contaba unos meses. Se trasladó a Marsella y desapareció tanto para su padre, Nguirane, como para su hijo. Assane solo reaparece muerto, en forma del cadáver repatriado de Francia, donde había sido futbolista, que llega acompañado de una nueva mujer y dos hijos. Irrumpe en las vidas de la familia de Niarela para desestabilizar definitivamente el dudoso equilibrio.
Los relatos con los que Nguirane va espolvoreando el legado que pretende dejar a su nieto permiten a Boris Diop desplegar toda una batería de recursos narrativos que dan a la historia un tono muy particular. Las historias de los antiguos reinos que poblaron el actual territorio de Senegal son uno de los ingredientes. De pronto, Cayor o el Sine vuelve a recuperar un protagonismo que comparten con personajes míticos y elementos de las cosmovisiones que conviven en el territorio. Las historias de antepasados y ancestros tienen que encontrar el encaje con las estructuras políticas contemporáneas, de hecho, como ocurre en la vida real. El relato refleja también esas tensiones: «Un fanático de la República moderna, de sus fastos y sus urnas, recuerda con triunfalismo que, a Dios gracias, las monarquías de nuestra enloquecida historia son cosa del pasado. (…) Los siglos se embisten como carneros enfurecidos. Niarela no sabe a qué propia historia y las mentes están bastante alteradas», advierte en una ocasión.
Esos relatos que van apareciendo y desapareciendo son además la forma para explorar otras formas de contar poco habituales en la literatura escrita pero completamente integrados en la transmisión de los relatos populares. «Puedo asegurarte que nuestro ancestro batallaba a lomos de un leopardo. Cuando atacaba al enemigo, el aliento de la fiera precipitaba las estrellas contra la tierra y los peces, aterrados, se ocultaban entre las rocas de las profundidades oceánicas», le dicen al anciano narrador durante una incursión en busca de su pasado, reflejando ese tono propio de las historias tradicionales. Y un imaginario Badou pide a su abuelo en una ocasión que le cuente: «Todo lo que ni viste ni oíste allá. Si las palabras te pesan en la lengua, dales alas, Nguirane, haz que vuelen como esas aves que cruzan el cielo». Una frase que transmite de manera magistral lo que supone el gusto por el relato. En el resto de las historias se pueden encontrar esparcidas frases que igualmente hacen referencia a ese espacio onírico en el que se mezclan de manera inapreciable la realidad y la ensoñación: «Quiero soñar. Llévame allí donde el tiempo no puede avanzar ni retroceder». Las frases propias de la función pedagógica de los relatos populares también aparece aquí y allí en el texto de Boris Diop: «Por larga que sea la noche, siempre acaba amaneciendo».
«Algunos días hay que tener el valor de recordar algo tan sencillo como que no moriremos dos veces, que la muerte es en definitiva un acontecimiento tan único e irrisorio como el sonido de ese tambor. Sin duda, se la puede temer, pero no hasta el punto de dejarse humillar por cualquiera», deja escrito Nguirane a su nieto en forma de enseñanza.
Sin embargo, las historias sobre reinos tradicionales o los relatos fundacionales no ocultan, aunque quizá sí que disimulan, el contenido de crítica social y política de la narración. No pasan desapercibidas ni las advertencias a no abandonar una identidad cultural y una tradición histórica propias, ni las reprimendas a los gobernantes modernos que se olvidan de sus obligaciones con los ciudadanos. El desgarro de la migración, la dificultad de la vida en la diáspora, el choque entre las culturas africanas y los usos del norte son algunas de las cuestiones que el escritor senegalés va apuntando sin que la lectora o el lector apenas se percaten.
Esa intersección (no confusión) entre los mundos visible e invisible, entre la historia y la fábula, se va intensificando poco a poco, los relatos míticos dejan de ser apuntes del viejo Nguirane para transmitir enseñanzas. Las historias de personas no humanos van ganando terreno y la transición se completa cuando Ali Kaboye toma el relevo de la historia que Badou Tall debe escuchar cuando regrese a Niarela. El personaje mítico de Kaboye se responsabiliza de transmitir el legado cuando el viejo Nguirane muere. La certeza de que «ninguna historia acaba del todo» es la transición entre uno y otro, una certeza que acompaña a Nguirane Faye en su último viaje y con la que Ali Kaboye recoge su testigo narrativo.
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