Publicado en El búho entre libros el 23.11.2016. Autor: Pedro Santos.
Argumento de Robert y los Catapila
Un día llega al pueblo un hombre extranjero: «Llegó delgadísimo, como todos los de su raza en busca de una tierra menos dura que aquella que lo había visto nacer y donde, según nos contó, nada absolutamente nada, crecía». Robert fue quien lo encontró, lo presentó al jefe del pueblo como su hermano y le cedió un trozo de bosque heredado de su padre para que lo trabajara y pudiera mantener a su familia. Lo de dar es una manera de hablar, porque aunque nunca dijo nada, durante unos días anduvo por el pueblo gastando dinero e invitando a los amigos. Contra todo pronóstico y en un tiempo récord, Catapila había preparado un trozo de terreno y en breve empezó a ofrecer frutos y productos, de los que semanalmente acostumbraba a entregar una parte a Robert. Todo marcha muy bien para Robert y los Catapila hasta que un día decide posar su vista en el trasero de una hija de Catapila a la que intenta seducir. Es el fin de su amistad y con ello de un estilo de vida en el que sin dar golpe Robert cada vez vivía mejor.
Robert y los Catapila
Robert y los Catapila es un relato que como si de un cuento se tratase, nos habla de cómo es el ser humano, de sus grandezas y de sus miserias. Porque hay para empezar dos clases de hombres: los que trabajan y los que se han acostumbrado a no dar golpe. Catapila es de los que se matan trabajando para sacar adelante su familia y de ahí el nombre que en el pueblo les dieron, porque Catapila no es un nombre propio: «—¿Cómo es posible que un hombre trabaje así? —preguntó Robert. —Parecen Caterpillars —respondió alguien. A partir de ese día el amigo de Robert perdió su verdadero nombre, ya de por sí difícil de pronunciar. Se quedó con «Catapila», alteración de Caterpillar, y a su hermano se le llamó «Pequeño Catapila». Más tarde, cuando vinieron a instalarse con ellos más hombres y mujeres de su raza, los llamamos los Catapila». Lejos de considerarlo un insulto, adoptan el nombre porque muestra su manera de ser: duros, trabajadores e incansables: «Los llamábamos así para reírnos de ellos pero ellos se sentían orgullosos de que los comparáramos con esas máquinas americanas que arrancaban árboles, enormes incluso, y aplanaban montañas». Un trabajo duro obtiene en muchas ocasiones buenos resultados. Desde luego mucho mejores que el de aquellos que se sientan en el porche de su casa esperándolos venir y malgastan tiempo y dinero en francachelas y bebidas con los amigotes. De ahí que no tarde en surgir uno de los males que muchos hombres llevan en su interior: la envidia. Y tras ella el racismo, el odio al que es diferente. Es muy fácil justificar la envidia con mil motivos y mentiras para explicar el porqué del odio hacia el que es diferente y en muchos sentidos mejor que el que envidia. Lejos queda entonces el dicho que tenían en el pueblo: «—Aquí decimos que el hombre es el bien más preciado de este mundo. Y también decimos que cuando un extranjero llega a tu casa es como una bendición que el cielo te ha enviado». El conflicto entre los Catapila y el resto del pueblo va a estallar, aunque no siempre la fuerza bruta lleva las de ganar.
Una pequeña joya este relato capaz de poner al descubierto en muy pocas páginas las grandezas y miserias del alma humana. Pensamos que África y Europa son muy diferentes, que nuestro modo de ser y vivir la vida nada tiene que ver. Pero lo que este relato nos muestra es que no somos tan diferentes. Contextos distintos, situaciones distintas pero en el fondo el mismo problema de intolerancia. Porque el odio y la persecución a los judíos guarda unos motivos muy similares a los que lleva al pueblo de Robert a odiar y perseguir a los Catapila. Apenas os llevará un ratos disfrutar de este relato, pero muy bien merece la pena hacerlo, porque además está contado con mucho ritmo y sentido del humor.