Publicado en El jardín del sur el 02.01.2020. Autora: Verónica García-Peña.
Catapila, jefe del pueblo es la última parte de la trilogía político-social marfileña de Venance Konan, que puede leerse como relato independiente o como continuación de Robert y los Catapila y Los Catapila, esos ingratos. Una historia con altas dosis de humor e ironía, y una gran carga social en la que Konan plantea una pregunta clave para la convivencia (ayer y hoy): ¿hasta cuándo se es extranjero en un país?
En Catapila, jefe del pueblo, tras la organización del delirante bautizo de su anciana madre, Robert prepara la elección del próximo jefe del pueblo. Una contienda electoral que enfrentará a Gédéon, candidato autóctono y cristiano, y al hijo mayor de los Catapila, musulmán y nacido en el pueblo, pero considerado por muchos como extranjero sin derecho alguno a ejercer el cargo. Un momento importante en la historia del lugar en el que se medirán ideologías, religiones y, sobre todo, tolerancia.
Como me sucede siempre que leo a Konan, pienso que sus historias son vivencias y acontecimientos que podrían darse, hoy mismo, en cualquier parte del mundo, incluido, por supuesto, nuestro barrio, comunidad o país. Allí o aquí, el racismo y lo que conlleva, tema principal sobre el que gira esta historia, existe y es una terrible losa que se siente a gusto en mentes débiles y corazones sombríos, y que asola, con gusto y regocijo, todo lo que toca. Podemos llamarlo de muy diferentes formas (fanatismo, discriminación, exclusivismo, intransigencia, etc.) pero, como la mala hierba, brota y emerge cada vez que tiene oportunidad. No necesita mucho para hacerlo. Lo vemos a diario.
El autor, con su característico estilo claro, instructivo y directo, invita a reflexionar sobre la asignación de cualidades e intenciones perversas a la inmigración culpando a los «diferentes» de ser extranjeros en su propio país. Hace hincapié en la continua necesidad de algunos (alentados, además, por políticos, religiosos, empresarios, etc.) en culpar al que una vez llegó de fuera de todos los males (reales o ficticios) de un lugar, incluso llegando a olvidar que sus antepasados también migraron alguna vez.
Una de las reflexiones más importantes de esta pequeña joya de la literatura africana es que mientras se fomente la idea de «ellos» frente al «nosotros», las comunidades serán más proclives a la división y el enfrentamiento. Habría que preguntase a quiénes beneficia realmente esa segmentación. Tal vez si dedicáramos un poco de tiempo, tan solo un poco, a reflexionar sobre esta cuestión, como hace Robert en la novela, podríamos llegar a comprender que hace mucho tiempo que dejó de haber un «ellos» y un «nosotros». Creo que esa es la clave fundamental de la historia y, en realidad, de la vida. Cuando dejamos de ver a los demás como diferentes y los vemos como parejos, como iguales, es cuando realmente avanzamos y crecemos.
Un relato cautivador, como todos los que he leído de este maravilloso autor, divertido y fácil de leer, que nos acerca una realidad que no por estar ambientada tan lejos de nosotros nos es ajena. El racismo sobre el que gira Catapila, jefe del pueblo, podría, perfectamente, ser el argumento de una novela ambientada en cualquier parte del mundo porque hoy, lejos de haber expulsado ese rancio espectro, parece que, en realidad, se pasea con gusto por el mundo sembrando el fanatismo y la intransigencia allá por donde pasa, lo que incluye, nos guste o no, nuestro propio país.